José Revueltas nace en el año de 1914 y muere en 1976. A lo largo de toda su vida, el activismo político es fundamental. Por esta misma causa es llevado a prisión en varias ocasiones y acusado en otras más, como cuando se le adjudica el cargo de autor intelectual en el movimiento estudiantil del 68, origen de la conformación de las ideologías de izquierda actuales en nuestro país.
Revueltas también participa en el movimiento ferrocarrilero de 1958, es miembro del Partido Comunista Mexicano y organiza algunas huelgas de campesinos en Araujo, Nuevo León, para exigir sus derechos y la mejora de sus condiciones de vida.
Es precisamente a partir de dichas huelgas y utilizando este trasfondo y esta problemática, que Revueltas escribe El luto humano, una novela corta, realista y con una actitud claramente denunciante acerca de los abusos cometidos por las autoridades hacia los campesinos, las malas condiciones de vida y el papel que la iglesia católica juega en los asuntos del pueblo.
En el texto queda retratada la miseria rural del México posterior no sólo a la Revolución sino a la Guerra Cristera, que enfrentó a vecinos con vecinos y a hermanos con hermanos bajo el grito de “¡Viva Cristo Rey!” o bajo la bandera militar. La narración es mucho más compleja de lo que hasta ese momento habían sido los relatos salidos de la inspiración post-revolucionaria y el movimiento en el texto es mínimo. Pero a pesar de ésta última característica, Revueltas maneja con maestría singularmente cruel a sus personajes, juega con ellos cual si éstos fuesen marionetas: los coloca en situaciones en las que la piedad no cabe y los obliga a vivir cosas atroces.
Hay una combinación de arte y agonía a lo largo de todas las páginas de El luto humano. Allí la metáfora de la muerte funciona como el catalizador de la denuncia de la pasividad de los habitantes del país, a partir de la anécdota de un hombre cuya hija pequeña acaba de morir; éste deja entonces su casa, que está situada en un paraje desolado, para cruzar de noche un río a punto de desbordarse y llamar al sacerdote, ya que, a pesar de que él no cree en Dios, su mujer se lo reclama.
El drama del personaje, Úrsulo, además de la muerte de su hija, es el encuentro con su enemigo, Adán, esa misma noche. El cuadro queda completado y el conflicto armado, cuando el sacerdote se decide a no negarse ante la humildad de los dos hombres que le piden acompañarlo en medio del peligro nocturno de la lluvia y el río, y se echa a andar con ellos.
Entonces se van descubriendo poco a poco los pensamientos de cada uno; la maestría de Revueltas alcanza una delicadeza inusitada para lo psicológico, elemento crucial del drama individual e interno de cada uno de los personajes. Inmediatamente después, ligado como no podía estar más, se presenta el conflicto social: el de la tierra y una huelga que dejó a todos los habitantes de una pequeña comunidad perdida, hambrientos con un hambre que mata, y que los hizo finalmente claudicar.
Tan sólo unos cuantos quedaron, entre ellos Úrsulo, que no pudo convencer a los demás, como organizador que era, de no renunciar, pues la muerte les andaba rondando, y, aunque todos sabían que tarde o temprano iba a alcanzarlos inevitablemente, pues ante ella nada puede hacerse, seguían intentando huirle, como siempre hacemos, por puro instinto, los seres humanos.
Este peso de la muerte, que sitúa a los personajes en un escenario casi teatral, nunca deja de estar, de un modo u otro, en la narración. La vemos materializada desde el inicio de la novela, cuando la muerte es una figura sentada en una silla en casa de Úrsulo, donde también estaba su niña recién muerta: “La muerte estaba ahí, blanca, en la silla, con su rostro… La muerte estaba allí en la silla” (Revueltas, 1992:241).
La muerte no nos abandona jamás, ni al final de la narración, cuando asistimos al espectáculo siniestro del cadáver de Adán devorado por un zopilote, porque “los zopilotes conocían todos los secretos del corazón” (Revueltas, 1992: 367). Lo único que logra la muerte es reafirmar su poder: “Era la victoria de la muerte. Caminaba a pequeños saltitos… Morirían, sin embargo, morirían todos, y el zopilote era un rey, el rey de la creación” (Revueltas, 1992: 366).
El nombre de Adán, del muerto, nombre relacionado con el origen, establece la relación con la tierra, “diosa sombría” de Revueltas. El “origen cósmico” que demanda la transformación de la tierra a los miserables personajes de la novela, no es otro que aquél al que todos debemos volver, es el “polvo eres y en polvo te convertirás” de la Biblia y el regreso a lo primigenio que los pueblos alejados de la urbe no han olvidado.
Con El luto humano, José Revueltas anticipa una serie de problemas filosóficos y formales propios de la conciencia y el alma mexicanas, que un poco más tarde se manifestarían también en la obra narrativa de Juan Rulfo. La demostración del lado más oscuro del hombre en El luto humano está evidentemente dirigida hacia el reclamo por una vida ajena a la separación tajante de clases, a los prejuicios culturales y a la miseria, que en el contexto actual siguen estando lejanas a dejar de existir.
REVUELTAS, El luto humano, en Narrativa contemporánea I. México: Patria, 1992.
*Este ensayo se publicó originalmente en Tierra Baldía. Revista de literatura de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, No. 48 (2009), pp. 98-100.
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