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Irradiación inaugural. Apuntes sobre la edición facsimilar de Irradiador, Revista de Vanguardia

 


El poeta Manuel Maples Arce, que había vivido su infancia en Tuxpan, Veracruz, bastante alejado del bullicio de la ciudad y conociendo los  avatares del México de la Revolución por la prensa que llegaba hasta su pueblo, fue el mismo que a principios de los años 20 pegó en las esquinas del centro de la ciudad de México una hoja con el título de “Comprimdo estridentista”, que era en realidad el primer manifiesto de lo que sería el principal movimiento de vanguardia mexicano.

La aventura que Maples Arce emprende, parece en un primer momento solitaria, pero pronto le acompañará Fermín Revueltas, nacido muy lejos de Tuxpan, en Santiago Papasquiaro, Durango, segundo de diez hijos, todos ellos con grandes aptitudes artísticas. Entre ellos, Silvestre se convertiría en compositor, José en escritor, Consuelo en pintora y Rosaura en actriz. Fermín se convirtió por su parte en uno de los más grandes muralistas de nuestro país.

Junto a Revueltas y a Maples Arce encontramos a otro poeta, originario de Río Verde, San Luis Potosí. Médico militar, Salvador Gallardo Dávalos termina por incorporarse a las filas del movimiento estridentista y diagnostica las terribles enfermedades que aquejaban a México entonces: la inadaptación cultural y la “momiosincracia nacional”, contra las cuales había un medicamento efectivo, la “estridentina”, que se anuncia en un caligrama-manifiesto que aparece en el primer número de la revista Irradiador. Proyecto internacional de  Nueva Estética.

Publicada durante los últimos meses de 1923, y siguiendo las propuestas de la vanguardia ultraísta española -que a su vez intentaba aglutinar, en un desafío ecléctico hacia la radicalidad de las vanguardias, los postulados del futurismo y del creacionismo de Huidobro-, el primer número de Irradiador incluye, además de este caligrama-manifiesto elaborado por Maples Arce, Julio Torri y Diego Rivera, una editorial titulada “Irradiación inaugural” que irritaría a lectores que poco podrían comprender de su enigmático contenido. También se publican allí poemas de Germán Lizt Arzubide, de Luis F. de Mena, del mismo Salvador Gallardo Dávalos, y de poetas fuertemente enlazados con el movimiento ultraísta: Humberto Rivas y Jorge Luis Borges. El primer número incluye también un ensayo con tintes arqueológicos sobre las pirámides en Egipto y en México, y otro que podría leerse como una curiosa profecía sobre los conflictos internacionales que habrá de desatar la explotación del petróleo. A los textos los acompañan grabados de Jean Charlot, quien junto a Revueltas, uno de cuyos grabados aparece en la portada, y a Diego Rivera, fuera otro de los muralistas estrechamente relacionados con el estridentismo.

En realidad sólo tres números de la revista vieron la luz en septiembre, octubre y noviembre del 23 respectivamente. Después la publicación se interrumpe sin explicación alguna, pero con su fugaz duración, Irradiador deja claro que el estridentismo debe funcionar como terapéutica o como medio de combate contra las “momias” vivientes y los reaccionarios que controlaban el contexto intelectual nacional. El segundo número contiene precisamente un texto de Arqueles Vela en el que la poética estridentista ya quiere comenzar a ser expuesta: desde esta perspectiva, no se trata de que el movimiento fije una escuela literaria ni un credo estético, se trata simplemente, como ya lo habían dicho sus compañeros, de irrumpir de manera estridente “contra el reaccionarismo intelectual”. Como bien señala Evodio Escalante, el ruido es aquí el componente clave: “caos sonoro, disonancia pura, chirrido de los metales […] de algún modo un signo inmediato de la modernidad y su ajetreo maquínico”, un grito proferido en un inicio por quien había crecido tan ajeno a la voracidad de la gran ciudad, como le había sucedido a Maples Arce. Para Arqueles Vela, como para muchos de los que a principios del siglo XX proclamaron la existencia de una poesía y un arte puros en contra de la tradición, lo absurdo está en el origen de la poesía, pues sólo esto no es artificial, sino primitivo y, paradójicamente, moderno (caos  que es igual a armonía; lógica en la que hay tiempos y espacios simultáneos y sobrepuestos, como en el cubismo).

A este segundo número lo completan un poema visual de Gonzalo Deza Méndez que evoca el sonido de una marimba en el patio de una vecindad del D.F., otro texto inscrito dentro el entusiasmo arqueológico de aquélla época, pero esta vez sobre la pirámide del sol en Teotihuacan y la continuación del ensayo iniciado en el número anterior, “La rivalidad británico-americana y el petróleo”. En esta ocasión, además de un grabado de Charlot, la parte visual la conforman una fotografía de la obra escultórica de Guillermo Ruiz y una pintura de Diego Rivera.

Portada de la revista Irradiador. No. 1 (septiembre de 1923)

El último número de la revista, que presenta en la parte superior de su primera página un cintillo que indica “Quitará el sueño a los reaccionarios y afirmará todas las inquietudes de la hora presente”, muestra en la portada una fotografía de Edward Weston, y en el interior un dibujo de Leopoldo Méndez, una caricatura de Hugo Tilghman, poemas de Gastón Dinner, y de Kyn-Taniya, y algunas notas sobre libros y revistas. En lo relativo a la indagación en lo poético que forma parte sustancial de todo movimiento de vanguardia, y que en el número dos presentó Arqueles Vela, es el francés Emile Malespine quien ofrece un estudio sobre la sinestesia, que sigue siendo de gran interés para entender este fenómeno que se presenta en la poesía no como figura retórica, que es lo que se suele decir comúnmente, sino como un “coeficiente” humano que hermana a los sentidos y los cruza, permitiendo que la mente se ponga en contacto con zonas oscuras, accediendo así el poeta a las correspondencias baudelerianas a través de imágenes, metáforas o metonimias difícilmente explicables a través de la lógica formal.

Tras la desaparición de Irradiador, sus ejemplares fueron largamente buscados e imaginados en archivos y bibliotecas durante décadas, sin ninguna noticia respecto a su ubicación. Su localización quizá no se hubiera llevado a cabo de no ser por una conversación azarosa entre Evodio Escalante (quien realiza un preciso y entrañable estudio que abre la edición facsimilar de la revista) con Salvador Gallardo Cabrera, nieto del poeta estridentista Salvador Gallardo Dávalos e hijo del también escritor y poeta Salvador Gallardo Topete, quien comentó que su padre conservaba, en Aguascalientes, en su biblioteca personal, dos números de Irradiador más uno que él consideraba, por su impresión irregular, un número de prueba, que no era sino el número cero de la revista, o más bien, el primero.

En el 2012, el Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma Metropolitana, inició la colección “Espejos de la memoria”, cuyo cometido es publicar ediciones facsimilares de materiales poco conocidos o que, incluso, vuelta incierta la noticia de su existencia, han pasado más bien al extremo de la leyenda, como había sucedido con Irradiador, que inaugura esta colección.

La importancia de la publicación facsimilar de Irradiador, radica ante todo en que se trata de uno de los documentos clave para entender el origen, formación y desarrollo del estridentismo. No solamente por su relevancia histórica o histórico-literaria, o por el carácter de los artistas que en ella participaron, sino por el valor de la propuesta estética y también política –porque hay que decir que lo cultural es siempre político- que podemos encontrar en sus páginas. El juego que los estridentistas propusieron hace unos noventa años, incluido su deseo de renovación, de la construcción de un sujeto literario colectivo que aniquilara al sujeto burgués, su clara oposición a los grupos artísticos favorecidos por las cúpulas de poder, tales como los Contemporáneos, y sobre todo su afán de establecer una labor de creación literaria burlesca y libre de toda hipocresía, siguen intrigándonos y llamándonos en este momento. De alguna manera ellos ya lo habían anunciado: no se trata tanto de quedar anotados en la historia de la literatura mexicana o de la literatura de vanguardia, sino de “desdivinizar” lo que ha sido divinizado y de alfombrar la vida, como en el poema de Gallardo Dávalos, “con los pétalos dispersos / de las canciones nuevas”. Por todo eso, los seguiremos buscando.


Irradiador. Revista de Vanguardia. Edición facsimilar. México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2012 (Colección “Espejos de la memoria”, No. 1).

 

 

 

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