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Memoria y verdad histórica


Estos son los hechos; funestos, inmundos y sustancialmente incomprensibles.
¿Por qué, cómo llegaron a producirse? ¿Se repetirán?
Primo Levi

La memoria, entendida no sólo como nuestra facultad para evocar el pasado, sino como la capacidad que tienen las sociedades para entender los acontecimientos anteriores a la luz del presente y decidir en función de ellos el rumbo que desean tomar, representa en ese sentido una clara responsabilidad que vamos cargando. Así, debemos hablar de una memoria histórica y del uso que de ella se ha hecho durante las últimas décadas en situaciones en las que los derechos humanos son claramente vulnerados, ya en situaciones individuales, ya en situaciones donde la violencia alcanza a un pueblo, etnia o grupo social.

Dice el filósofo y crítico literario Tzvetan Todorov que, sin olvidar los grandes peligros que atrae la supresión de la memoria, recurso al que tanto han recurrido los regímenes totalitarios (stalinismo, nazismo o cualquier otro), y la resistencia que implica mantener vivas las voces de sus víctimas, al final de cuentas la memoria no se opone al olvido: puesto que es imposible recordar todo -como Borges quiso que hiciera su memorioso Funes-, la selectividad implica que los sucesos del pasado que se traigan a cuento serán primero interpretados y luego utilizados quizá para justificar el mismo totalitarismo, la colonización o el mismo genocidio. Todorov creció en el régimen comunista de Bulgaria, y sabe muy bien que la recuperación y la construcción de verdades históricas juega un papel fundamental en el proceso de búsqueda e impartición de la justicia en contextos autoritarios y violentos.

Un caso paradigmático es el de la masacre de Srebrenica durante la guerra de Bosnia: el 12 de julio de 1995 el grupo paramilitar de “Los escorpiones” asesinó alrededor de 8,000 bosnios musulmanes con el fin de extender la limpieza étnica. Como estado que había pertenecido a la ex Yugoslavia, Bosnia Herzegovina era históricamente una región pluriétnica  y plurireligiosa, en la que convivían serbios (en su mayoría cristianos ortodoxos), bosnios (musulmanes) y croatas (católicos). Tras la disolución de Yugoslavia, la formación de grupos paramilitares serbios y croatas, y el apoyo de los grupos islámicos a la población bosnia habían hecho estallar el conflicto armado en un territorio que desde el siglo VII era hogar de un grupo heterogéneo de tribus, que había sido conquistado por los otomanos en el siglo XV y ocupado por el imperio austro-húngaro en el siglo XIX.  En los diez años que siguieron a la masacre, varios tribunales internacionales encontraron culpables de crímenes de lesa humanidad a las fuerzas serbio-bosnias y en 2007, la Corte Internacional de Justicia concluyó que lo que lo sucedido en Srebrenica fue un genocidio, no sin enfrentarse a diversas controversias, desde las voces que siguen pidiendo justicia y juicio no sólo para los masacrados en Srebrenica sino para todos los que fueron exterminados a lo largo de la guerra, hasta quienes afirman que lo sucedido en julio del 95 no fue en realidad un genocidio, aduciendo a que se habría perdonado la vida a la mayoría de las mujeres y de los niños, asesinando solamente a los hombres en edad militar.

Lo que no deja lugar a dudas es que tanto para los perpetradores de la masacre como para las víctimas, la construcción de una verdad histórica a través de la memoria fue decisiva, y estuvo enmarcada en el pasado de conflictos raciales y religiosos en primer lugar, y posteriormente en los hechos ineluctables de ese día y de esa noche: las violaciones flagrantes a los derechos humanos de civiles desarmados y la muerte deliberada de estos por pertenecer a un grupo étnico distinto. Por un lado, el vínculo con el pasado y con un presente que no dejaba de hacerle eco, se manifestó de forma reaccionaria y más allá de eso, en el odio extremo, por parte de las fuerzas serbias, y por otra parte, pudo revelar los acontecimientos fatales, permitir el recuerdo de los que fueron masacrados, exhumarles y buscar justicia.


La construcción de la verdad histórica no deja de ser, por supuesto, sumamente problemática en términos teóricos y prácticos, y de ella devienen preguntas tales como la de si la historia tiende a repetirse o no cíclicamente, y si es así, si el conocerla nos dará la posibilidad de no repetirla. Sin embargo, me parece fundamental que esas preguntas, sobre todo en México y sobre todo en los momentos que vivimos, no se queden encerradas en el círculo de los historiadores o los filósofos de la historia. Más que nunca nos vemos llamados a ir en busca de las causas y los pormenores de la violencia que nos rodea, y más que nunca estamos forzados a la denuncia de las violaciones a los derechos humanos y al esclarecimiento de los crímenes de Estado, cuyas heridas se remontan en realidad a la guerra sucia de los años setenta y ochenta, así como a las matanzas en comunidades indígenas y campesinas de los noventa (Aguas Blancas y Acteal como las más emblemáticas), heridas que han vuelto a ser cruelmente abiertas durante los pasados meses en Tlataya con el asesinato de 22 civiles a manos del ejército, y en Ayotzinapa con la desaparición de los 43 normalistas, sin mencionar todas las desapariciones forzadas, de las que sabemos y de las que no

Hace unos días, la Procuraduría General de la República hizo pública su “verdad histórica” –llamándola como tal- para el caso de Ayotzinapa: los estudiantes fueron asesinados y quemados en un basurero por gente del narcotráfico, puesto que algunos normalistas se encontraban involucrados con ellos; el ejército está “fuera del caso”. La verdad fue similar en Tlatlaya: las víctimas estaba también ligadas al crimen y eso impelió al ejército a la defensa. La memoria oficial selecciona y elabora un discurso en el que no son necesarias ni las evidencias científicas, ni el trasfondo social,  ni siquiera  el sentido común. Ante este panorama, los que pertenecemos a la sociedad civil deberíamos dejar claro desde dónde estableceremos nosotros la verdad; a mí parecer, ésta no puede sino proceder de una investigación material sólida y del hecho mismo de la ausencia y de la muerte, de la tortura y de la participación constante del ejército en lo que debe llamarse también una “limpieza social”, comenzada no recientemente sino hace al menos cuatro décadas, así como su también histórica filiación con lo que llamamos “crimen organizado”.

En el mundo existen más de veinte comisiones de la verdad, algunas de las cuales han sido esenciales para los juicios a las dictaduras militares latinoamericanas -Chile, Argentina, ahora mismo Guatemala, por mencionar algunas-. Quizá sea oportuno que México apunte hacia la pronta formación de un comisión de la verdad, y que ésta comience por preguntarse, como Primo Levi, qué nos ha traído hasta aquí y hacia dónde queremos ir.


Comentarios

  1. Muchas gracias por tu reflexión. Es tiempo que la sociedad civil actúe y exija sus derechos más fundamentales. Estoy de acuerdo contigo en el hecho que en México necesitamos una comisión de la verdad que legitime nuestro derecho a conocer la verdad sobre los hechos horrorosos que siguen ocurriendo en el país. Necesitamos encontrar esta verdad para entender qué nos ha traído aquí y hacia dónde queremos ir. Saludos.

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  2. Hola Ils. Gracias por el cuestionamiento y su semillas que se vuelven actos, como el hecho mismo de escribir e iniciar este blog. En horabuena! y gracias de nuevo!

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