Antes de cualquier otra cosa, deseo hacer manifiesto que para mí es un grandísimo honor y una responsabilidad no menos grande, emitir un mensaje que exprese en esta ocasión y de la mejor manera posible, el enorme cariño y la admiración que sentimos por el maestro Felipe San José. La responsabilidad se vuelve doblemente grande puesto que no se trata de un mensaje a título personal, sino que intenta dar voz a muchas voces, tantas como alumnos y discípulos ha tenido el maestro a lo largo de más de cincuenta años de labor académica y docente, lo cual, como pueden imaginar, no es poca cosa, y sí es, por el contrario, un trabajo que solamente un loco es capaz de realizar. Desde este honor y esta responsabilidad parto, con mi mejor esfuerzo. Espero no tropezar demasiado, espero que mis cortas palabras alcancen a explicar al menos un poco de lo que para todos nosotros ha significado su presencia en nuestra formación y en nuestra vocación.
He dicho que solamente un loco podría haber realizado la tarea que él ha acometido con valor y resolución a lo largo de toda una vida. Lo reafirmo. ¿Por qué? Porque como bien sabe el maestro, nacer bajo el signo de la locura no representa una vergüenza, porque la locura no es una enfermedad sino el más claro síntoma de la salud, de la capacidad de entender el mundo de formas no convencionales y no reglamentarias, y por ende, de la certeza de que no hay certezas, de que debemos subvertirlas y buscar siempre nuevos horizontes, aun cuando eso conlleve el peligro, el enfrentamiento o incluso la muerte.
Si conocen ustedes
aunque sea un poco al maestro, si al menos lo han escuchado en una de sus
clases o de sus charlas, ya habrán advertido hacia dónde quiero ir y en qué
personaje, que por otra parte es uno de sus favoritos, si no es que “el”
favorito, estoy pensando: la figura del caballero andante y el reverso siempre seductor
de su creador, don Miguel de Cervantes, me parece aquí la más adecuada para caracterizar
a Felipe San José. Y de esta locura lúcida, que auténticamente cambia el mundo,
aunque en tiempos tan oscuros casi nunca lo parezca, es que deriva todo el
resto, todo aquello que está implicado en lo que él piensa, de acuerdo a lo
cual vive, y lo que precisamente ha enseñado a tantas generaciones.
Entre todo ello
me gustaría detenerme en tres cosas: la primera es su vocación irrenunciable.
El profesor es el que “profesa”, el que da fe de algo públicamente, nos decía
en la universidad. Desde la infinidad de cosas que un profesor necesita para
verdaderamente serlo, esta condición primaria no puede ser más evidente. Para
enseñar se necesita conocimiento, pero también y ante todo se necesita
honestidad y valor para decir lo que se piensa, para admitir los errores y los
aciertos, para nunca dejar de estudiar y para entender que la escuela no es
solamente un lugar donde se transmite información, sino el sitio donde se deja
el corazón poco a poco, mientras se comunica a los estudiantes el amor por las Letras.
Fotografía: Fundación Yo Amo la Lectura |
Este amor es la segunda cosa que quiero mencionar. Un amor que necesitamos ahora más que nunca, en medio de la violencia y la crisis social que atravesamos. Ante la inhumanidad, ante el miedo, ante la muerte, la palabra. Y desde la cátedra, la palabra, si me permiten una frase sumamente profana con un trasfondo que no lo es, se hace carne en las canciones medievales, en el Libro de Buen Amor, en los versos de los poetas españoles, en los refranes de La Celestina, en la historia de nuestra lengua y en la de sus orígenes latinos y árabes, en el Cantar de los Cantares de Fray Luis de León, en el éxtasis de Santa Teresa y en la noche oscura de San Juan. Página a página, y aquí me disculpo porque no puedo dejar de lado las referencias personales, la literatura española se me fue, se nos va volviendo un paisaje no sólo andaluz o castellano, sino la búsqueda misma del impulso vital tan propio de lo humano por su sino trágico y más que trágico, tragicómico, porque, ¿quién quiere salir a desfacer entuertos a una tierra de nadie cuando parece que ya todo está perdido? ¿Quién se ríe de la desgracia para combatir la abulia y la inmovilidad? ¿Quién, después de la cárcel y la humillación regresa como fray Luis a la cátedra después de años y pregunta en dónde nos habíamos quedado? Me atrevo a decir que el maestro sale, hace y desface, se ríe, combate, regresa, pregunta y vuelve a la clase, todo ello sucesiva y simultáneamente, y gracias a eso nosotros asistimos a esos acontecimientos pero también entendemos que si no se lucha a brazo partido por sobreponer la vida a la destrucción, entonces nada vale la pena.
Finalmente,
quiero hacer alusión a la actitud crítica y a la firme creencia que el maestro
tiene en una educación que sea liberadora y no opresora. Su anarquismo
paciente, reflejado en su negación a ocupar puestos de poder no sólo porque
corrompen sino porque apartan de los libros; su indignación ante la injusticia
y ante la violación de la autonomía universitaria; sus resoluciones firmes, sin
controles disciplinarios, exigiendo solamente la entrega sincera y la pasión de
nuestra parte. Sin fingimientos, sin más pretensiones, y por supuesto, sin
clases antes de las diez de la mañana, porque tener clases muy temprano también
es inhumano.
Así veo a mi
maestro, y cuando digo maestro no hago referencia a alguien con quien tomé dos
o tres materias en la universidad, me refiero a alguien que deja una profunda
huella en las mentes y en los espíritus, alguien que, sin afán de alardear, ha
sido para mí guía y ejemplo, y una persona crucial en la elección de mi propio
camino, de mi propia vocación docente y filológica. Creo que así lo sentimos
todos nosotros y confío en que no estoy equivocada. Lo único que lamento es no
estar físicamente en esta celebración, aunque estoy con todo el corazón.
Celebremos pues al maestro Felipe San José, no solamente hoy, sino permanentemente. Agradezcamos su presencia entre nosotros. Y es que cuando uno no tiene más palabras precisamente porque hay demasiado que decir, queda solamente pronunciar de manera amplia, franca y con un cariño absoluto: gracias.
Aguascalientes, 28 de mayo del 2015
*Texto escrito para el homenaje que el gobierno del Estado de Aguascalientes realizó al doctor Felipe San José en mayo del 2015.
¿Quién leyó el texto? y lo más importante, ¿quién lo escribió?
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EliminarEl texto es mío, igual que todos los textos de este blog. Puedes ver aquí mismo mi perfil. Yo no pude estar presente en el homenaje, así que el texto lo leyó la Mtra. Angelina de Lara.
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