VÁZQUEZ, Patricia, Diario de una poeta recién casada. Morelia, Lunía Mía Ediciones, 2017.
¿Cómo se llega a escribir un libro? ¿De qué manera se van fabricando las frases que luego serán entregadas a otras personas que podrán entonces mirarnos no solamente en la superficie material sino en el reverso siempre problemático que se supone es el alma? Mucho más si se trata no de un libro de investigación o de reflexión filosófica, sino de un libro de poesía cuya materia son los afectos, los deseos, las vivencias más íntimas.
¿Cómo se llega a escribir un libro? ¿De qué manera se van fabricando las frases que luego serán entregadas a otras personas que podrán entonces mirarnos no solamente en la superficie material sino en el reverso siempre problemático que se supone es el alma? Mucho más si se trata no de un libro de investigación o de reflexión filosófica, sino de un libro de poesía cuya materia son los afectos, los deseos, las vivencias más íntimas.
Comienzo con esta
interrogación no porque quiera indagar en el proceso formal o en los recursos
retóricos que fue reuniendo la autora para escribir este, su primer poemario,
sino porque tengo esta vez el privilegio de conocerla desde hace unos catorce
años, casi la mitad de nuestras vidas, y he podido ver cómo se ha ido
entregando a la escritura con mayor convicción conforme ha ido pasando el
tiempo. La pregunta tiene pues que ver más bien con el movimiento del espíritu
que lleva a las y los escritores a comenzar un día a trabajar con las palabras,
a imaginar sus primeras metáforas, a buscar en lo profundo de sí algo que se
tenga, con urgencia o con miedo, que decir al mundo, y tiene que ver también
con aquellos que hemos tenido la suerte de asistir a dicho movimiento y, aunque
sea de una mínima forma, acompañarlos en éste.
Siendo hasta cierto
punto indiscreta, les diré lo que Paty me contó cuando le pregunté cómo se
sentía al ver aparecer su primer libro: dijo que había pensado que sentiría
distinto, porque el libro le significaba por principio de cuentas viajes,
reuniones, fiestas, pero que al final todo ello se había transformado en un nerviosismo
que emanaba de la sensación de que tenía una gran responsabilidad. Lo que yo
interpreté de esta responsabilidad, y espero no estar tan errada, es que el
peso de lo que se dice, de lo que se da a conocer a los otros acompaña a los
que escriben permanentemente, no a manera de una maldición, sino marcándolos
con el signo de lo que se ha fijado y que no se puede ya retirar del ámbito
público.
Respecto a esto, puede
decirse por supuesto que Diario de una
poeta recién casada es una revelación valiente del amor profundo entre dos
mujeres, aún en esta época en que se habla tanto de diversidad pero en muchos
sitios todavía se temen las formas no heterosexuales de amar y de practicar la
sexualidad que la humanidad ha tenido desde que es humanidad, y por ello mismo
se violenta y se rechaza a las personas. Considero sin embargo que darle vuelta a esto
equivale a señalar que el poemario, trastocando el título de Juan Ramón,
presenta el formato de una bitácora escrita a lo largo de un año, en diferentes
sitios, cercanos –Aguascalientes, Ciénega Grande, Villa Juárez- o lejanos–Atlanta,
Venecia, Olimpia, Montenegro-, donde las vivencias cotidianas son elementos
fundamentales, esto es, a señalar cuestiones textuales que el lector mismo se
planteará al momento de recorrer las páginas. Para mí se trata pues, en esta
ocasión, a partir del panorama emocional particular que los poemas me abrieron,
ya porque conozco o incluso estuve presente en episodios de la vida de Paty, ya
porque, sin pensar en sus experiencias, trasladé el contenido de los textos a
mi realidad personal, de sugerir rutas de significación que les lleven también
a ustedes a interesarse por los poemas y a conectarlos con sus universos
personales.
Debió haber un momento
justo, aunque ahora ya no lo puedo situar, cuando estudiábamos la carrera de
Letras, en que nos animamos a tomar la pluma para aventurar algunos versos. En
aquella época hablábamos siempre de la relación de la Maga y Oliveira,
asistíamos a los talleres literarios y cada que podíamos, escapábamos de las
clases para tomarnos una cerveza. Se me ocurre de entonces que nuestro primer
impulso poético fue el del amor, aunque a los diecinueve o veinte, los amores
eran apenas probados, muy caóticos y generalmente muy tormentosos. Lo que
necesitábamos saber lo habíamos aprendido en capítulos de ciertas novelas o en
algunas frases de poemas o canciones que no dejábamos de repetir. Se me ocurre
también que en Paty, ese primer impulso ha perdurado y se ha agrandado: el amor
como motor de la poesía, creo que así es como ha llegado a escribir todos los
poemas que hasta ahora ha escrito, así es como me parece que ha llegado a
pensar, a escribir y claro está, a publicar este libro. En catorce años
aprendimos a amar y a desamar, fuimos a vivir a otras ciudades que nos
regalaron y nos quitaron cosas preciadas, nos deprimimos y nos levantamos,
murieron nuestros perros, dejamos de ver a mucha gente, nos equivocamos mucho
pero también nos reímos y bebimos muchísimo. Además de todo esto, y quizá
después de golpearnos una y otra vez con esa idea de que las relaciones deben
ser malas para ser verdaderas, decidimos también compartir la vida con alguien.
Nos preguntó
otra vez
si éramos
hermanas.
Contesté
otra
vez
somos esposas.
El agente de
ventas
no retiró los
ojos del monitor
al decir
casadas
a su vez con su marido.
Casarse: el gesto repetido
infinidad de veces por gente en todos lados y en todas las épocas, abordado en
el poemario desde la singularidad de una relación lésbica incomprendida o
ignorada a propósito en situaciones comunes para las parejas hetero, es desde
mi punto de vista el lugar donde confluye mi lectura única y personal del
poema, las vivencias únicas y personales de Paty y la significación universal
del texto. Esto es así no solamente porque Paty y Marcela hayan decidido hacer
uso de un derecho recién conquistado en México para las parejas del mismo sexo,
ni porque crea que la monogamia es la mejor y la única manera de amor, ni
porque crea que las mujeres deben casarse para ser felices, ni siquiera porque
crea en el matrimonio como camino a inminente a seguir. Lo digo porque la
elección de compartir la vida, en sus momentos grandes y en sus momentos
humildes con alguien más, sin grandes aspavientos, el empeño continuo en
construir una relación que no esté sustentada por lógicas impuestas ni por
patrones establecidos ni por apariencias sociales, es un acto del cual el
ritual del matrimonio no es sino una pequeña celebración. En otras palabras,
porque hay muchos y muchas que, sin afanes de perfección ni necesidad de boda,
luchan a diario por amarse fuera de la violencia y los prejuicios.
He visto mujeres
atender a sus
maridos
[…]
Te prefiero así,
Marcela
que te sirvas tú
y yo prepare mi
comida.
Al amor lo acompañan
los vivos y los muertos cercanos, los amigos, los viajes cortos y largos, el
trabajo, los recorridos en coche, el deseo de tener hijos o de no tenerlos, por
supuesto las caricias y los besos tanto como los sueños, los fracasos
cotidianos, los objetos, los árboles, el desierto, los deslices, las cosas que
hicimos mal, las peleas y las conversaciones. Vamos cambiando y envejeciendo,
creemos acercarnos a algo anhelado y cuando llegamos inventamos un nuevo
proyecto. Y como mujeres, lo siento, sí, voy a decirlo, en el amor están
también los ritmos del cuerpo, sus ciclos y sus transformaciones.
Hemos estado
juntas
sobre épocas
y muertes,
hilos finos
y salvajes
nuestra moral
descansa
en cada
geografía
habitada.
Es en estos elementos
de Diario de una poeta recién casada que
se encuentra la ligadura entre lo íntimo y lo universal: ya que muchos hemos
amado de esta forma, y hemos tratado de sobreponernos juntos o juntas a lo
terrible de la vida. Es aquí también, en el amor, ya lo señalé, donde encuentro
el primer y más genuino impulso poético de la autora, el inicio de su viaje
literario y el camino que la ha traído hasta este día.
Le dije a
Marcela
sé
lo que fuiste
en
tus vidas
anteriores.
Mi esposa
siguió con su
vista oscura
en el coche de
enfrente.
No quiero terminar sin
hacer una última referencia a los lazos que me unen a la autora. Uno de mis grandes
maestros solía decir que la amistad es ideológica; yo así lo creo, pero a esa
afirmación agregaría que la amistad es también literaria. En estos tiempos en
que a menudo se busca por sobre todo la fama y el reconocimiento o pertenecer a
ciertos grupos por su aparente poder, yo seguiré siempre defendiendo la reunión
sencilla y constante en espacios en los que las afinidades estéticas vayan más
allá de los intereses individuales. Es en esta amistad literaria que se forman
y se transforman las obras y los sentidos que damos a los acontecimientos. Y en
esta amistad literaria que me precio de tener con la autora caben tantas cosas
como las que están en su libro: caben la Ciudad de México y Chiapas, una presa
de Aguascalientes, un chevy que hace tiempo vendí, una cascada en la Sierra
Gorda de Querétaro, un cuento escrito a dos manos, el teléfono de un chico que
me ayudó a conseguir, un juego que consistía en enumerar las coas que nos
gustan, los amigos en común, mi boda y la suya -a la que falté-, y por supuesto
la poesía.
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