La escuela está hecha para hacernos ser, para construir
nuestra presencia en el mundo, nuestro “ser sujetos” en el sentido más
foucaultiano del término. En ella aprendemos y ejercemos las relaciones de
poder, en ella entendemos el lugar que debemos guardar y gracias a ella la
disciplina no sólo atraviesa nuestra experiencia vital: puesto que los
mecanismos disciplinarios suelen estar en el centro de las concepciones de la
educación, desde las más tradicionales hasta las más “innovadoras”, la
interiorizamos y así somos capaces tanto
de soportar las sujeciones como de imponerlas, depende, decimos, del lugar que
nos toque en la vida, o del eslabón de la cadena en que estemos colocados,
siempre por supuesto, pensando en escalar.
Me estoy
refiriendo por supuesto a la educación que imparten nuestros sistemas
económicos y políticos, misma que contiene en sí diversas formas, pero cuyo
origen moderno, lo sabemos, se encuentra tanto en la marginación de las
diferencias (la locura, la disidencia), como en las formas de producción que
exigen formaciones y perfiles específicos, y en los proyectos ilustrados que
pronunciaron ya hace más de tres siglos su confianza en el conocimiento
occidental como fórmula para llegar a la felicidad, felicidad que por supuesto
fue siempre privilegio eurocéntrico, no de la periferia.

Más que hacer
en este momento un recorrido por mi experiencia individual, para contar cómo la
dominación se presentaba en cada uno de estos ámbitos durante mi paso por la
escuela formal, me gustaría traer a cuento al menos un ejemplo de cómo
precisamente esta colonialidad, desde mi perspectiva, marca el presente y el
rumbo de la educación pública de mi país en la época actual. En esta ocasión,
tomaré solamente los ámbitos del trabajo y la naturaleza, lo cual no significa
que la dominación no se encuentre presente en los tres ámbitos restantes, y de
hecho de manera profunda, como lo demuestra, en el ámbito del sexo, el alto
índice de feminicidios en el territorio nacional.
En primer
lugar, desde el espacio del trabajo y la producción, que tienen que ver por
supuesto con la esfera de lo material y por lo tanto con la explotación humana
y el mantenimiento de la desigualdad social, debe señalarse que el sistema
educativo mexicano atraviesa por una reforma cuyo eje aparente es el modelo de
competencias, que los países europeos utilizaron en los años noventa y dos mil,
bajo la premisa del estado de bienestar, y que pretende que los estudiantes
adquieran habilidades que les permitan ser “competentes” en el mundo
globalizado y en las “sociedades del conocimiento” en cuyas dinámicas éstos participaban. Desde este punto de
vista, el modelo por competencias, que introducía a la escuela un paradigma
basado en las teorías constructivistas y en la lógica de la efectividad,
resulta idóneo, al parecer, para economías pujantes y en desarrollo, pero se
topa con pared en contextos en los cuales las condiciones históricas y
culturales deben en primer término luchar por disolver las grandes brechas que
hay entre pobres y ricos, y donde la desigualdad da pie a conflictos que
incluso desembocan en una gran violencia social como es el caso del
narcotráfico y el crimen organizado mexicano. Por otro lado, si subvertimos
mínimamente esta lógica de la efectividad bajo la cual funciona el modelo,
podremos fácilmente caer en la cuenta de que la propuesta va encaminada hacia
la misma trampa de antaño: los países ricos pueden entonces educar a sus niños
y a sus jóvenes para dar continuidad a las relaciones de poder ya existentes y
para entablar nuevas relaciones en el panorama internacional, mientras que los
países “subdesarrollados”, “en vías de desarrollo” o cualquier otro término
eufemístico con el que se quiera nombrarles, forman básicamente técnicos
dispuestos a ser parte de dicha continuidad, y lo hacen suprimiendo hasta donde
le sea posible las formas de educación que Freire llamaría “dialógicas”, esto
es, el pensamiento crítico que apoyan las artes, las humanidades y las ciencias
sociales. Esto es cuanto más cierto en las últimamente tan constantes modificaciones
de los planes de estudio, que se hacen más notables en las instituciones que
destacaba por la formación humanista que impartían, y también en el cada vez
más reducido presupuesto que se asigna a las facultades universitarias.
Esto nos
lleva directamente al segundo ámbito, que es el de la naturaleza y el de la
dominación de los recursos. Aquí consideremos que en el mismo “paquete de
reformas” del que proviene la educativa, se encuentra por ejemplo una reforma
energética que promueve abiertamente los intereses transnacionales, y que,
simplificando, prepara el escenario para la entrega de los recursos naturales
de la nación a esos mismo intereses. Esto, aunado a un sistema político
corrupto, que busca perpetuar la misma corrupción y no, como dice ante los
medios de comunicación, “combatirla”, pues es esta sostiene sus posibilidades
de quedarse con una tajada del pastel –lo que conecta directamente el problema
con el ámbito de la autoridad colectiva y de su crisis-, ha dado pie al
desarrollo de resistencias y de luchas por el territorio del norte al sur: la
lucha por el agua, la lucha por la defensa de los territorios sagrados y contra
la minería a cielo abierto, por mencionar solamente algunas, encabezadas la
mayoría de ellas por los pueblos originarios o por los campesinos. Esto me
parece que nos habla muy claramente de cómo la educación oficial no ha
contribuido a que la sociedad civil, vamos a decir mestiza y urbana aunque sea
un tanto generalizante, que a su vez carga los prejuicios racistas de esta
colonialidad que vivimos, no se acerque, o se acerque muy poco, y sólo
sectorialmente se sume a este tipo de luchas, y sí contribuye, por el
contrario, a sostener la mentalidad del beneficio individual y la fantasía de
una supuesta clase media que compra coche y casa, aunque los deba de por vida,
pero que no quiere darse cuenta de que su alrededor todo empieza a quedarse en
ruinas. De la misma forma, creo que esto plantea un cuestionamiento sobre la
importancia de los proyectos educativos autónomos que estos mismos pueblos han
echado a andar ya recientemente o ya hace más tiempo, y de ahí a cuestionarnos
y a organizarnos para generar propuestas educativas que hagan frente a este
panorama tan avasallante, tan inmovilizador, a veces tan incomprensible.
Sin embargo,
no me parece que sea desde las propuestas que se quedan en lo personal, sino
desde el diálogo colectivo entre educadores y académicos de donde debe surgir la
inquietud de ensanchar y llenar los canales de crítica y de comunicación. Aquí,
por lo pronto, queda uno abierto.
Gracias por ayudarnos a entender la sustancia de las reformas supuestamente pensadas para modernizar al país. El gobierno así como gran parte de la población tienen una concepción erronea de "lo moderno", que está poniendo en riesgo la esencia de los múltiples pueblos mexicanos.
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